Por Suzy Ismailis_life_fair

La fragilidad de la vida debería recordarnos la grandeza de Dios, y la bondad de la creación de Dios nos debe inspirar a respetar la vida.

Adaptado de comentarios hechos en la Capilla de la Universidad de Princeton para el domingo de “Respeto a la Vida”.

En un mundo preocupado por la riqueza material y la comodidad, el don de la vida a menudo se reduce al mínimo y, a veces se olvida por completo. La modernidad nos anima a ver la vida “no deseada” como una carga que nos detiene. Para los musulmanes, sin embargo, al igual que para muchas personas en otras tradiciones de fe, la vida debe ser reconocida, siempre y en todas partes, como una verdadera bendición.

En la época pre-islámica, la práctica del infanticidio femenino fue generalizada en gran parte de Arabia, pero fue prohibido inmediatamente a través de los preceptos islámicos. Varios versos del Corán fueron revelados que prohibían esta práctica para proteger los derechos de los no nacidos y del recién nacido (Y los derechos de la mujer*): “Cuando Se le pregunte a las niñas que fueron enterradas vivas por qué pecado las mataron, cuando los registros [de las obras] sean repartidos, cuando la bóveda celeste desaparezca, cuando el fuego del Infierno sea avivado, y cuando el Paraíso sea acercado. En ese momento sabrá cada alma el resultado de sus obras”. (81: 8-15)

De hecho, hay muchos versículos en el Corán que nos recuerdan de la santidad de la vida. Se nos dice que “Los bienes materiales y los hijos son parte de los encantos de la vida” (18:46), y se nos ordena “No maten a sus hijos por temor a la pobreza. Yo los sustento a ellos y a ustedes. Matarlos es un pecado gravísimo”. (17:31)

El regalo de la vida

Si bien los mandatos religiosos reverberan a través de la fe en un nivel espiritual, las bendiciones de la vida nos tocan a diario en un nivel mundano, también. Como madre de tres hermosos hijos, yo realmente puedo dar fe y apreciar el don de la vida. Pero también entiendo la angustia de perderlo.

Quiero compartir con ustedes la historia de cómo yo me di cuenta de la fragilidad de la vida y la importancia de aprovecharse de nuestro viaje espiritual aquí en este mundo. Hace más de trece años, mi esposo y yo estábamos ansiosos por comenzar nuestra familia. Estábamos encantados cuando, unos meses antes de nuestro primer aniversario, nos enteramos que estábamos esperando un hijo. Muy pronto, comenzamos a jugar el juego de la planificación de los “nuevos padres”, escogiendo nombres y colores para el cuarto del bebé, incluso antes de la primera cita médica.

A pocos meses de embarazo, el médico programó una ecografía de rutina. Llenos de emoción, entramos en la sala oscura y esperamos con gran anticipación para ver a nuestro hijo. Allí, en la pantalla borrosa, pero perceptible, pudimos ver el contorno de nuestro bebé. Nos imaginamos las características y en broma intuía a quien el bebé podría parecerse. Pero la técnica de ultrasonido no se rio con nosotros. Mientras ella solemnemente miraba la pantalla, seguimos su mirada. A pesar de que éramos inexpertos, sabíamos que algo no estaba bien: el corazón de nuestro bebé no latía.

Después de perder a mi primer hijo, realmente empecé a comprender el significado de la vida. Cuando el latido del corazón que habíamos oído tan claramente en el Doppler de pronto cesó, la vida de nuestro bebé terminó en el útero, antes de que tuviera la oportunidad de vivir en el mundo exterior.

Pero la fe firme y una creencia inquebrantable en un Dios justo es una gran fórmula para llenar cualquier vacío emocional. A medida que el Corán dice en el versículo 156 de Surat Al-Baqarah, hay grandes bendiciones para aquellos “que, cuando una desgracia les alcanza, dicen: ‘Seguramente pertenecemos a Dios y a Él hemos de volver’.” La pérdida de nuestro primer bebé nos dio una apreciación más profunda de la magnificencia de Dios y el milagro de su creación.

Varios meses después, nos enteramos de que estaba embarazada de nuevo. Esta vez, la emoción se vio atenuada por la preocupación. Nuestra primera ecografía se llevó acabo mucho antes en el embarazo, y ansiosamente escaneamos la pantalla para ver el latido revelador antes de mirar a las manos y a los dedos de los pies o los ojos y la nariz. Y allí estaba, fuerte y constante. Nosotros soltamos un suspiro de alivio. Nuestro bebé estaba vivo.

A medida que los meses de este segundo embarazo avanzaban y la panza crecía más grande, sentimos la esperanza. Cada ecografía revelaba un poco más de nuestro hijo y cada patada confirmaba que esta vez estábamos realmente listos para comenzar nuestra familia. A medida que la fecha de dar a luz se acercó rápidamente, nos sentimos más seguros en la elección de artículos de bebé y los colores de su habitación. Incluso elegimos el nombre para nuestro bebé. Su nombre sería Jennah, que significa el Paraíso en árabe.

A sólo unas pocas semanas antes de mi fecha programada, entre en los dolores del parto. A medida que nos apresuramos al hospital y me llevaron a la sala de ultrasonido, por costumbre, mis ojos se fueron directamente a la zona del corazón en la pantalla. Ese corazón pequeño, que yo había buscado tantas veces en las ecografías anteriores, había dejado de latir.

Ese día, hace muchos años, di a luz a Jennah, mi hija nació muerta; y ese día enterramos a Jennah. No habíamos sabido lo apropiado que su nombre sería realmente. A medida que la infección que había terminado con el embarazo aceleraba por mi sangre en los siguientes días, me di cuenta de cuán delicada es la vida. Nada puede poner las cosas en la vida en perspectiva tanto como una pérdida. Y nada puede afirmar la fe tanto como la vida.

Hoy, cuando veo a mis tres hermosos hijos, yo sé que Dios es bueno. No, Dios es Grande, o en árabe, Alajú akbar. Y lo que me da el mayor consuelo en los momentos de prueba es el verso en el Corán que dice: “Es posible que les disguste algo y sea un bien para ustedes, y es posible que amen algo y sea un mal para ustedes. Dios conoce [todo] pero ustedes no”. (2:216)

El poder de la vida

Como musulmanes, creemos en el poder de la vida para influenciar a los demás, y creemos aún más en el Poder de Dios. En cualquier desastre, en cualquier calamidad y enfrentando la muerte se nos urge repetir “inna lilaji wa inna ilaiji rayiun” – “A Dios pertenecemos y a Él regresamos”. En el final, solo Él sabe lo que es mejor para nosotros.

Yo podría compartir con ustedes muchas historias de la Biblia hebrea, el Nuevo Testamento y el Corán que ejemplifican el poder de Dios en nuestras vidas: la creación de Adán, la paciencia de Job, la perseverancia de Noé, la pureza de José, la sensatez de Salomón, las pruebas de Jonás, la obediencia de Abraham, la sabiduría de Moisés, la devoción de Jesús, y la inspiración de Muhammad. Yo podría compartir estas historias con ustedes, pero están a disposición de todos en las Escrituras Sagradas.

En lugar de ello, quiero compartir con ustedes la historia de una mujer increíble que conocí hace poco en una conferencia. Esta mujer es un ejemplo verdadero del espíritu del respeto a la vida. Melinda Weekes había regresado recientemente de un viaje a Sudán, donde ella estaba ayudando a promulgar una política de redención de esclavos. Durante años y años, un genocidio desenfrenado fue perpetrado en el sur de Sudán por los traficantes de esclavos ricos del norte. Ellos saqueaban y quemaban las chozas de barro de los habitantes del pueblo, y luego capturaban a las mujeres y los niños para venderlos como esclavos.

Con el corazón destrozado por lo que estaba ocurriendo en Sudán, esta mujer viajó por todo el mundo para ayudar a liberar a los esclavos comprándolos de los comerciantes y devolviéndolos a sus aldeas. A su regreso, ayudaba a reconstruir sus vidas mediante el establecimiento de escuelas y la educación de sus hijas para que puedan liberarse de la opresión. Al describir la fuerza de estas mujeres en la faz de la esclavitud moderna, Melinda compartió una historia tras otra de las cosas que había visto en sus viajes a Sudán. Habló de una de las más poderosas experiencias que había tenido, cuando se sentó con una mujer que había perdido su casa, su marido y sus hijos, y había sufrido un daño increíble a manos de su amo. Ella le preguntó a la mujer: “¿Cómo sobrevives? ¿Cómo te las arreglas para seguir viviendo? “La mujer respondió:” Cuando el mundo me empujó a mis rodillas, yo sabía que era el momento para orar. Me siento bendecida de tener todavía estas viejas rodillas que me permiten arrodillarme, bendecida de poder postrarme, bendecida de poder rezar. Y estoy feliz porque tengo a Dios”.

Les pido el día de hoy a reflexionar sobre mujeres como esta, a reflexionar sobre su fuerza interior, y a reflexionar sobre su propia vida. Les pido que acepten la vida como un don y que entiendan que su vida pertenece a una mayor potencia, a una autoridad superior que dio vida a tu alma a su inicio y decretó que vivan con la moral, la ética y un buen corazón que realmente puede hacer una diferencia en las vidas de quienes le rodean.

En las memorables palabras de la Madre Teresa:

La vida es una oportunidad, aprovéchala;

La vida es belleza, admírala;

La vida es beatitud, saboréala,

La vida es un sueño, hazlo realidad.

La vida es un reto, afróntalo;

La vida es un juego, juégalo,

La vida es preciosa, cuídala;

La vida es riqueza, consérvala;

La vida es un misterio, descúbrelo.

La vida es una promesa, cúmplela;

La vida es amor, gózalo;

La vida es tristeza, supérala;

La vida es un himno, cántalo;

La vida es una tragedia, domínala.

La vida es aventura, vívela;

La vida es felicidad, merécela;

La vida es vida, defiéndela

Me gustaría concluir con una súplica, un verso de Surat Al-Baqara, el capítulo La Vaca, en el Corán:

Dios no exige a nadie por encima de sus posibilidades, a su favor tendrá el bien que haga, y en su contra tendrá el mal que haga. “¡Señor nuestro! No nos castigues si olvidamos o cometemos un error. ¡Señor nuestro! No nos impongas una carga como la que impusiste a quienes nos precedieron. ¡Señor nuestro! No nos impongas algo superior a lo que podamos soportar. Perdónanos, absuélvenos y ten misericordia de nosotros. Tu eres nuestro Protector, concédenos el triunfo sobre los que niegan la verdad”.

Les pido hoy nuevamente que respeten la vida, porque no hay una bendición más grande. Respeten la vida, la suya y la de los demás. Porque cuando perdemos el respeto por la vida, perdemos el respeto por la humanidad, y cuando perdemos el respeto por la humanidad, perdemos el respeto por la creación de Dios, y cuando perdemos eso, hemos perdido todo.

Suzy Ismail es profesora visitante en la Universidad de DeVry en North Brunswick, Nueva Jersey y es la autora de Cuando un matrimonio musulmán fracasa: Crónicas de divorcio y comentarios. Este artículo es una adaptación de las declaraciones realizadas en la Capilla de la Universidad de Princeton para el domingo de “Respeto a la Vida”.

(Reproducción autorizada. Originalmente apareció en El Discurso Público: ética, leyes, y el bienestar común, la revista en línea del Instituto Witherspoon de Princeton, Nueva Jersey).

 

*Nota añadida del traductor