El nacimiento de un gran Profeta
Abraham, que la paz sea con él (p), nació en una casa de idolatras, en el reino de Babilonia. Su padre, Azar, era un reconocido escultor de ídolos. Desde pequeño, Abraham (p) observaba a su padre esculpir estos ídolos de piedra o madera. Cuando su padre los terminaba, Abraham (p) los tomaba como juguetes, a veces montándose encima de ellos o pateándolos. Después de un tiempo, veía estas mismas estatuas en el templo, y la gente se prostraba ante ellas. Abraham (p) le preguntó a su padre: ¿”Por qué llevas estos juguetes al templo”? Su padre respondió: “Estas estatuas representan nuestros dioses. Los adoramos, les pedimos ayuda, y les ofrecemos regalos”. En su mente, Abraham rechazaba esta idea, y sentía repulsión hacia los ídolos.
La búsqueda de la verdad
Con el paso del tiempo, Abraham (p) se convirtió en un joven. Todavía no podía creer que su pueblo estaba adorando a las estatuas. Él reía cada vez que los veía entrar al templo, bajando sus cabezas, ofreciendo silenciosamente a las estatuas lo mejor de su comida, llorando y pidiéndoles perdón.
Comenzó a sentirse irritado con su gente, porque no podían comprender que eran solamente piedras que ni les beneficiaban ni perjudicaban. No podían ser dioses, porque no tenían ningún poder. Dios es más grande de lo que su pueblo estaba adorando, el Más Potente, el Más Magnífico. ¡No era posible encontrarlo situado sobre una mesa en un templo!
Una noche, Abraham (p) subió a la montaña, se apoyó contra una roca, y miró hacia el cielo. Vio una estrella brillante, y dijo: “¿Sera este mi Señor?” Pero cuando esta desapareció, dijo: “No me gustan los que se desaparecen”. La estrella se había desvanecido, por lo tanto no podía ser Dios porque Dios siempre está presente. Entonces vio a la luna ascendiendo en su esplendor y dijo: “¿Sera este mi Señor?” Pero después se puso. Al amanecer, vio al sol salir y dijo: “¿Podrá este ser mi Señor? Pues es más grande”. Pero cuando se puso el sol, dijo: “¡Oh mi gente, estoy libre de todo lo que Le asocian a Dios! He vuelto mi rostro hacia Aquel que Ha creado los cielos y la tierra, y nunca Le asociare coparticipes a Dios”. Nuestro Señor es el Creador de los cielos y la tierra y todo cuan esta en ellos. Él tiene el poder de hacer las estrellas ascender y ponerse. Abraham (p) entonces escuchó a Dios llamándolo: “¡Oh Abraham!” Abraham dijo temblando: “¡Aquí estoy, Señor mío!” “¡Sométete a Mí! ¡Se un musulmán!” Abraham se (p) cayó sobre la tierra, prosternando y llorando, y dijo: “¡Me someto ante el Señor del universo!” Abraham (p) permaneció prostrado hasta que llego la noche otra vez. Se puso de pie y regreso a su casa, lleno de paz y completamente seguro de que Dios lo había guiado a la Verdad.
Abraham (p) invita su padre al Islam (a someterse a la Voluntad de Dios)
Una nueva vida comenzó para Abraham (p). Su misión era llamar a su gente a la Verdad. Él comenzaría con su padre, la persona más cercana a él, a quien amaba muchísimo. Le dijo con una voz tierna y suave: “¡Oh padre! ¿Por qué adoras a algo que no puede escuchar, ni ver y no te puede ayudar en nada? Oh padre, me ha llegado conocimiento que tú no tienes, entonces seguidme. Yo te guiare hacia un camino recto”. Su padre le contestó enojado: “¿Estás rechazando mis dioses, Abraham? Si no paras, te apedreare. ¡Aléjate de mí antes de que te castigue!” Abraham (p) dijo: “¡Que la paz sea contigo! Le pediré a mi Señor que te perdone”.
Abraham (p) se enfrenta a su pueblo y rechaza sus ídolos
Abraham dejo a su padre tras perder la esperanza de convencerlo de seguir el camino correcto, y dirigió sus esfuerzos hacia la gente de la ciudad, pero ellos rechazaron su llamado y lo amenazaron. “Por Dios”, dijo él, “Voy a conspirar un plan para destruir sus ídolos”. Sabía que se aproximaba una gran celebración, cuando todos saldrían de la ciudad para una enorme fiesta en la orilla del río.
Después de asegurarse que nadie permanecía en la ciudad, Abraham (p) fue hacia el templo armado con un hacha. Estatuas de todas las formas y tamaños estaban allí adornadas con decoraciones. Frente a ellas estaban platos de comida que se les había ofrecido, pero la comida estaba intacta. “Bueno, y ¿por qué no comen? La comida se enfría”, él les dijo a las estatuas, bromeando; y entonces con su hacha las destruyó a todas excepto una, la más grande de todas. Puso el hacha alrededor del cuello de esta y se marchó.
¡Qué gran sorpresa se dieron la gente cuando entraron al templo! Se reunieron en el interior mirando con asombro a sus dioses rotos en pedazos. Se preguntaban, “¿Quién pudo haber hecho esto?” Entonces todos recordaron que el joven Abraham (p) había hablado mal delos ídolos. Lo trajeron al templo y le preguntaron: “¿Fuiste tú el que le hizo esto a nuestros dioses?” Abraham (p) les dijo: “No, esta estatua, la más grande de ellas lo ha hecho. Pregúnteles, si es que pueden hablar”. “¡Tú sabes muy bien que estos ídolos no hablan!” dijeron impacientemente. “Entonces, ¿cómo es que adoran cosas que ni pueden hablar, ni ver y ni siquiera valerse por sí mismos? ¿Han perdido el juicio?”
Se quedaron callados por un rato, porque reconocían que él tenía la razón. Sabían que Abraham (p) decía la verdad, pero su orgullo no les permitía aceptarlo y rechazar a los ídolos que habían adorado por generaciones. Pensaron que esto sería una gran derrota y una vergüenza para ellos. Comenzaron a gritarle a Abraham (p) y a decir: “¡Quémenlo! ¡Quémenlo! ¡Tomen venganza por sus dioses!”
El Milagro: Dios le salva a Abraham (p) del fuego
La decisión de quemar a Abraham (p) hasta la muerte fue confirmada por los sacerdotes y el rey de Babilonia, Nemrod. La noticia corrió como una pólvora en el reino, y gente vino de todos los lugares para ver la ejecución. Un enorme hoyo fue cavado y una gran cantidad de madera amontonada.
Entonces prendieron el más inmenso incendio jamás presenciado. Las llamas del fuego eran tan altas que los pájaros no podían volar sobre ellas por temor a ser quemados. Las manos y los pies de Abraham (p) fueron encadenados, y lo sentaron en una catapulta para arrojarlo al fuego. En ese momento, el Ángel Gabriel vino a él y le dijo: “¡Oh Abraham! ¿Hay algo que deseas?” Abraham (p) podía pedir que se le salvara del fuego, pero no, su respuesta fue: “Yo sólo deseo que Dios esté complacido conmigo”. La catapulta se disparó, y Abraham (P) cayó en el centro del fuego. Pero Dios no permitiría que Su Profeta fuese asesinado, Él le ordenó al fuego: “¡Oh, fuego! ¡Sé frescura y seguridad para Abraham!”
Y el milagro ocurrió. Las llamas obedecieron y solamente quemaron las cadenas que lo ataban. Abraham (p) salió del incendio como si hubiese brotado de un jardín, lleno de paz, con su cara iluminada, y ni un rasgo de humo quedo en su ropa. La gente estaba sorprendida y decía: “¡Es increíble! ¡El Dios de Abraham lo ha salvado del fuego!”
Abraham (p) debate con el rey de Babilonia, Nemrod
La notoriedad de Abraham fue creciendo después de este evento y el rey de Babilonia sentía que su trono estaba en peligro, y que estaba perdiendo su poder, ya que él fingía ser un dios. Mandó llamar a Abraham (p) para debatir con él y mostrarle a su pueblo que él, el rey, era realmente el dios, y que Abraham (p) era un mentiroso. Él le preguntó a Abraham (p), “¿Qué puede hacer tu dios que no puedo hacer yo?”
“Mi Señor es Aquel que da la vida y la muerte”, dijo Abraham (p).
“Yo puedo dar la vida y la muerte. Puedo traer a cualquier persona de la calle y pedir que lo ejecuten, y puedo perdonar a cualquier persona que este sentenciado a muerte y salvar su vida”, el rey dijo orgullosamente.
“Mi Señor hace que el sol salga desde el Este. ¿Podrás tú hacerlo salir desde el Oeste?”
El rey se quedó mudo. ¡Le había ganado en su propio juego, en su propio territorio, frente a su propia gente! Abraham (p) lo dejo ahí, boquiabierto y volvió a su misión de llamar a la gente a adorar al Único Dios verdadero, Alá.
Dios bendice a Abraham (p) con un hijo que sería un profeta
Solo una mujer llamada Sara y un hombre llamado Lot creyeron en Dios, y siguieron a Abraham (p). Él se dio cuenta que nadie más lo iba a escuchar, y decidió emigrar por la causa de Dios y llevar Su Mensaje a otro lugar. Antes de irse, intentó convencer a su padre que se convirtiera al Islam una vez más, pero fue en vano. Abraham (p) le dijo a su padre y a su gente: “Estamos libres de ustedes y de todo lo que adoran aparte de Dios. Los hemos rechazado y entre nosotros ha surgido una enemistad a menos que crean en Dios como el Único que merece ser adorado”.
Abraham (p), Lot y Sara comenzaron un viaje largo. Cruzaron Babilonia, y pasaron por Siria y Palestina, llamando a la gente a Dios, ayudando a los pobres y haciendo buenas obras. En ese tiempo Abraham (p) se casó con Sara. Su esperanza era tener hijos que difundieran el mensaje de Dios después de su muerte. En cuanto a Lot, emigró a la tierra de Sodoma y se estableció allí.
Pasó el tiempo y Sara no concebía ningún hijo. Ella se dio cuenta que era estéril, un destino que ella acepto, sometiéndose a la voluntad de Dios.
Abraham (p) y Sara se mudaron a Egipto, donde el rey le regaló a Sara una mujer como sirvienta. Esta mujer se llamaba Agar. Sara contemplaba que el cabello de Abraham (p) se iba encaneciendo, y le apenaba mucho que él estuviera perdiendo la oportunidad de ser padre. Ella le ofreció a Agar, su sirvienta, como esposa y le suplicó a Dios que los bendijera con un hijo. Así fue que nació Ismael, un hijo varón, de Agar.
¡Qué desinteresada era Sara! Para ella, la necesidad de tener una descendencia que proclamara el Mensaje después de Abraham (p) era más grande que su orgullo. Catorce años después, Dios le recompensó a Sara con un hijo propio, Isaac, a pesar de su edad avanzada.
El pequeño Ismael y su madre, solos en el desierto de La Meca
Abraham (p) se despertó una mañana y le pidió a Agar que se preparará para un viaje largo con el bebé, Ismael. Abraham (p) y Agar caminaron, cruzaron una tierra fértil seguida por unas montañas áridas hasta que llegaron al desierto de Arabia. Abraham (p) llevó a Agar a una colina alta llamada Marwa, hizo que ella y el bebé se sentaran bajo la sombra de un árbol, puso una bolsa de dátiles y agua cerca de ella, y se preparó para regresar. Agar corrió detrás de él y le dijo: “¿Nos vas a dejar aquí en el desierto sin nadie que nos acompañe?” Repitió lo mismo varias veces, pero él no se volteaba para mirarla. Ella le preguntó: ”¿Fue Dios Quien te ordenó hacer esto?” Él le dijo que sí. “Entonces Él no nos abandonará”, Dijo ella. Abraham siguió caminando hasta que desapareció de la vista; alzó sus manos y le rogó a Dios: “¡Oh Señor nuestro! He dejado a parte de mi descendencia en un valle sin cultivo, cerca de Tu Casa Sagrada, con el fin de que puedan ofrecer oraciones. Así que llena los corazones de algunos hombres con amor hacia ellos, y proporcionales frutas, para que puedan dar gracias”.
El pozo de Zamzam
Agar continuó amamantando a Ismael y bebiendo del agua hasta que se acabó. Al poco tiempo, le dio mucha sed y el niño comenzó a llorar. Ella lo dejó en la colina Marwa y corrió hacia la colina más cercana, llamada Safa. Se quedó allí parada y fijó su vista hacia el valle para ver si encontraba a alguien, pero no aparecía nadie. Ella descendió de Safa, cruzó el valle corriendo y llegó hasta Marwa. Se paró y comenzó a buscar desde allí, pero no vio a nadie. Ella siguió corriendo entre Safa y Marwa siete veces. Cuando llegó a Marwa por última vez, estaba exhausta; se sentó al lado de su bebé fatigada. En aquel momento escuchó una voz. Ella se puso de pie y dijo: “¡Oh, quienquiera que seas! ¿Tienes algo para ayudarme?” De repente ella vio a un ángel, el ángel Gabriel, excavando la tierra hasta que agua fluyó. Ella construyó una pequeña cuenca alrededor. Recogió agua con sus manos, bebió, llenó su odre, y amamantó a su bebé. El lugar donde corría el agua se llamaba Zamzam. Hasta el día de hoy, los musulmanes beben del agua bendita de Zamzam, y durante el Hayy caminan entre Safa y Marwa siete veces para conmemorar este evento.
Algunos árabes viajando cerca de La Meca observaron algunas aves volando alrededor de Marwa. Pensaron, “Quizás estén volando alrededor de alguna fuente de agua”. Cuando llegaron al lugar donde estaba el agua, encontraron a Agar y le preguntaron: “¿Nos permites quedarnos contigo, y usar el agua de tu pozo?” Ella estuvo de acuerdo y se sintió complacida con su compañía. Ellos trajeron a sus familias, se establecieron allí y se convirtieron en residentes permanentes. Todo el valle se llenó de vida. Ismael creció, aprendió la lengua árabe, y luego se casó con una mujer árabe.
Mientras tanto, Abraham (p), quien no había visto a su hijo desde que era un bebé, regresó a La Meca para visitarlo. Cuando llegó, le dijeron que Agar ya había fallecido, pero que Ismael aún vivía ahí. Abraham (p) estaba ansioso por ver a su hijo, a quien amaba y extrañaba muchísimo. Él vio a Ismael debajo de un árbol cerca de Zamzam, afilando sus flechas. Cuando vio a su padre, Ismael se puso de pie, lo abrazó y lo saludó. Fue un momento emocionante para ambos, padre e hijo. Pero Dios quiso ponerlos a prueba, y fue una prueba realmente difícil.
Una noche, Abraham (p) tuvo un sueño. Fue a Ismael y le dijo: “¡Oh hijo mío! He visto en un sueño que yo te ofrezco como sacrificio a Dios, ¿qué te parece?” Ambos se dieron cuenta que era una orden de Dios. Ismael le dijo sin pensarlo dos veces: “Haz lo que se te ordena, y me encontrarás muy paciente, si Dios me lo permite”. Los dos se habían sometido a la voluntad de Dios. Abraham (p) acostó a su hijo prostrado, puso su frente en el suelo y dirigió un cuchillo afilado hacia su cuello. De repente, Dios lo llamó: “¡Oh Abraham! ¡Has cumplido con el sueño! Así recompensamos a quienes hacen el bien”. Un borrego grande fue enviado desde el cielo para ser sacrificado en lugar de Ismael. Abraham (p) cumplió con su sacrificio, y tuvieron una gran celebración ese día. Los musulmanes celebran este evento cada año. Se le llama el día de Id al-Adha, cuando los fieles ofrecen las ovejas de sacrificio.
Abraham (p) e Ismael siguieron llamando a la gente a adorar a Dios. En aquel tiempo no había ningún lugar construido para la adoración de Dios. Abraham (p) deseaba que hubiese un lugar donde la gente podía estar en paz, y concentrarse exclusivamente en el culto. Su deseo se cumplió cuando Dios le ordenó construir la Casa Sagrada, la Kaaba.
Abraham (p) le dijo a Ismael: “Oh Ismael, Dios me ha ordenado hacer algo, ¿Me ayudas a llevarlo a cabo?” Ismael respondió, “Sí, lo haré”. “Dios me ha ordenado construir una casa aquí”, dijo Abraham (p), señalando a una loma más alta que la tierra que la rodeaba. Fueron hacia el lugar y comenzaron a construir los cimientos de la Kaaba. Ismael traía las piedras mientras Abraham (p) construía las paredes. Cuando las paredes estaban muy altas para alcanzar, Ismael trajo una roca y la coloco frente a su padre, quien se paraba en ella mientras su hijo le pasaba los ladrillos de piedra.
Ambos siguieron construyendo y caminando alrededor de la Kaaba diciendo: “Señor nuestro, acepta este servicio de nosotros”. Cuando terminaron el edificio, el Ángel Gabriel descendió del cielo y le mostro a Abraham (p) los ritos del Hayy. Después Abraham (p) se subió en la roca y llamó a su gente: “Oh mi gente, obedezcan a su Señor”. La roca que utilizó Abraham (p) existe hasta hoy en día y se encuentra cerca de la Kaaba. Se llama Maqam Abraham.
Así termina la historia de Abraham (p), el padre de los profetas. De él descendieron todos los profetas que vinieron posteriormente, incluyendo Moisés, Jesús y Muhammad (la paz sea con todos ellos). Abraham (p) dedicó toda su vida a llamar a otros a la adoración de un solo Dios. Se levantó solo contra su pueblo, su padre, e incluso el poderoso rey de Babilonia, y nunca se estremeció. Sin embargo, su método era siempre convencer poco a poco con pruebas irrefutables, que más a menudo avergonzaban a los que se negaban aceptar la verdad, pero como Dios dijo: “A quien Dios desvía no le encontrarás salvación”. (El Corán, 4:88)