Conocí a Ibrahim, mi futuro esposo, días antes de Eid Al-Adha en el año 1997, una semana después de que él había tomado su Shahada (testimonio de fe). Él tenía 15 años y yo 13. Hacía ya un año que mi familia había emigrado a México con la intención de dar a conocer el Islam. Eran tiempos difíciles pero llenos de baraka (bendiciones), los indígenas de San Cristóbal se acercaron mucho a nosotros, y en esa época muchas familias entraron al Islam.
Nuestro destino, el de Ibrahim y yo, estaba escrito, aunque en la inocencia de aquella edad, era algo difícil de comprender. Nuestros lazos se hacían presentes desde el primer momento en que nos vimos. En ese entonces, solíamos salir y estar siempre juntos un grupo de jóvenes musulmanes que incluía a mi hermana, a un amigo llamado Ismail, y a mí. Con el tiempo, Ibrahim también se unió a nuestro grupo. Fue Ismail quien nos introdujo y poco tiempo después él y yo decidimos buscar el matrimonio.
Porque éramos tan jóvenes, no fue hasta después de un año que les dijimos a nuestros padres. A según pasaba el tiempo nuestro amor seguía creciendo y haciéndose más fuerte. Sin embargo, cuando nuestras familias supieron nuestras intenciones, decidieron separarnos pensando que lo nuestro solo era el resultado de un capricho o un amor ciego de niños, inmaduro e impulsivo. Superamos todas las dificultades que precedieron a pesar de todo, por la certeza de que nuestra relación estaba arraigada en nosotros de forma inevitable y sabíamos que por la Voluntad de Alá estaríamos juntos.
El tiempo que transcurrió desde 1998 hasta el 2001 pasó entre prohibiciones y permisos, compromisos y rupturas, y sobre todo mucha paciencia y anhelo en la espera del día en que pudiéramos hacer realidad nuestro sueño de casarnos. Al fin crecimos y maduramos los dos, y aunque muy jóvenes todavía, él teniendo 19 años y yo 17, llegó el momento que tanto esperábamos. Mi padre concedió mi mano a Ibrahim en el año 2001 y nos casamos el cuatro de febrero. Lo que Alá ha unido, nadie lo puede separar.
Después de casados vivimos en San Cristóbal durante seis años en los cuales tuvimos el mayor regalo de nuestras vidas, tres maravillosos hijos: Ismail, Layla y Umar. Ambos trabajábamos en la comunidad musulmana local, mi marido en la pizzería y yo en la escuela como maestra, donde descubrí mi vocación por la educación.
En el año 2007 decidimos emprender un viaje a España para conocer la comunidad de musulmanes de donde yo provenía y aprender más acerca de nuestro Din (religión, forma de vida). Mi esposo comenzó a trabajar en el Centro Islámico de Granada y yo tuve la facilidad de poder estudiar la carrera de pedagogía.
El año pasado, 2012, después de cinco años viviendo cómodamente establecidos en Granada, decidimos decir adiós al ritmo de vida europeo y dedicar nuestras vidas a trabajar por una causa más grande que la simple satisfacción de nuestras necesidades. Tomamos lo poco que cabía en las maletas y sin más, regresamos al lugar de donde partimos. Con los corazones llenos de solo deseos y esperanzas, teníamos una intención clara de expandir y fortalecer el Din del Islam en la tierra de San Cristóbal, con la ayuda de Alá.
Actualmente nos encontramos llevando a cabo el trabajo de unir a los musulmanes en una pequeña musAlá (lugar de rezo) donde cada día se transmiten las enseñanzas de nuestro amado Profeta, que la paz y bendiciones estén con él, y que esperamos lleguen a un gran número de personas, insha’Alá (Que Alá lo permita).